Volver al barro
Andaba yo recorriendo la prensa de norte a sur, con un bastón imaginario que uso para hurgar en sus partes blandas, cuando di con una noticia pequeña que, sin embargo, brillaba como una perla negra. Era una perla negra: decía que los niños de Brasil, esos que viven en las alcantarillas y que salen por la noche para comer de los cubos de la basura, se drogaban con lodo. Como suena. Han descubierto que inyectándose lodo en las venas consiguen un viaje parecido al que se obtiene con el "crack", aunque mucho más económico. El lodo está por los suelos, no hay más que agacharse y cogerlo; los "meninos de rua" brasileños ni siquiera se tienen que agachar: viven de rodillas, sus cuerpos conocen las posturas más humillantes, pero también más eficaces, para evitar los bastonazos de los cazadores de niños. Allí lo del hombre del saco no es mentira; allí no es mentira ningún cuento por brutal que parezca: todas las crueldades populares que leemos a nuestros niños en estas latitudes, para que recojan su carga simbólica y crezcan mentalmente sanos, allí forman parte de la realidad. En Brasil, y en tantas otras partes de aquel continente, los símbolos están fuera de quicio, de lugar, te los encuentras al doblar la esquina. Y te devoran. Los niños tienen que huir, pues, de esos símbolos que les persiguen y escapar a otras realidades como sea. Hasta ahora entraban en ellas a través del "crack" o inhalando pegamento en una bolsa de plástico. Pero el pegamento es muy caro, y la naturaleza, que a ratos se pone generosa, ha decidido introducir en el lodo propiedades alucinógenas para que los niños se olviden, aunque sea por un momento, del hombre del saco y del lobo y de los gigantes que se comen a los niños, que allí, ya digo, viven fuera de los cuentos. Y se olvidan metiéndose barro dentro de las venas; los niños de la calle, en Brasil, tienen el corazón de barro, como Adán antes del soplo divino. Han regresado a los orígenes; ahora sólo les falta que aparezca un verdadero Dios y que les sople de verdad para traerlos a una vida verdadera.
Juan José Millás. Articuentos.
jueves, 25 de marzo de 2010
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