jueves, 25 de marzo de 2010

Camilo José Cela


La siesta
Los sabios franceses, ingleses y alemanes, también los norteamericanos, están descubriendo la siesta y sus excelencias y virtudes, o sea, que están descubriendo el Mediterráneo, y es probable que a los españoles, a resultas de esas foráneas y mansas lucubraciones, empiece a no darnos vergüenza el proclamar nuestro apego a la vetusta y no del todo bienquista institución.

La siesta es saludable y reconfortadora, ayuda a la digestión y al crecimiento, estimula la serenidad y el amor a la naturaleza y sus deleites, apacigua las iras, enmienda la displasia de la herramienta genitoria y las oscilaciones de la tensión arterial, y da ánimos para insistir en la lucha por la vida con renovados y aun casi virginales arrestos.

Hace ya algún tiempo llamé a la siesta el yoga ibérico y la cosa tuvo cierta buena acogida porque lo repitieron y glosaron determinados escritores costumbristas: el barómetro de los usos de cada país son los escritores costumbristas.
Los extranjeros, poco a poco, nos van enseñando a los españoles lo que ya sabemos y no admitimos hasta que nos lo explican, a ser posible en inglés. Con la dieta mediterránea y la cocina del aceite de oliva y las judías con chorizo pasó lo mismo y ahora hasta nos sienta bien lo que antes nos indigestaba. Yo daría cualquier cosa porque los españoles borrásemos de nuestras cabezas la hortera veneración que no pocos sienten, o sentimos, por lo que nos regalan, nos susurran o nos ordenan los pardillos de esos mundos de Dios. Lo propio no tiene por qué ceder a lo ajeno mientras no se nos demuestre que es mejor.


Camilo José Cela

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