miércoles, 29 de septiembre de 2010

Almudena Grandes

Lee el artículo de Almudena Grandes que encontrarás en el siguiente enlace.



http://www.elpais.com/articulo/ultima/voy/elpepiult/20100927elpepiult_1/Tes

miércoles, 15 de septiembre de 2010

viernes, 16 de abril de 2010

Calderón de la Barca

LA VIDA ES SUEÑO




Y los sueños, sueños son...


A continuación, los famosos monólogos de Segismundo.




jueves, 25 de marzo de 2010

Manuel Vázquez Montalbán



Camino

Todos los caminos llevaban a Roma, y aunque Roma, como sujeto capital de la catolicidad, no lo quiera, todos los caminos se empeñan en pasar por la llamada Ciudad Santa, adjetivo que comparte con La Meca y otras capitales religiosas. Hete aquí que el Vaticano se disgustó porque se hubiera elegido Roma como escenario de manifestación internacional y anual del orgullo gay en el 2000, año jubilar, repleta la ciudad de peregrinos, obligados a compartir, aunque sólo fuera un día, el espacio de purificación y encuentro de espiritualidades con la variopinta fanfarria de comulgantes en la homosexualidad, dejados de la mano de Dios por el uso de la sexualidad irreproductiva.
Con la torpeza con que las alineaciones sacrosantas suelen tratar las conductas humanas, las autoridades vaticanas trataron de suprimir la celebración de las manifestaciones homosexuales en Roma, con lo cual generaron el esperable coro de voces airadas contra la intransigencia de la Iglesia. Santa intransigencia que por una parte entristece a los católicos liberalizados y por otra reconforta a los católicos ultramontanos, con lo que permanece tensa, expectante, rica en suma, la unidad de contrarios dentro de una misma comunión de los santos. Finalmente, se celebraron las manifestaciones con notable éxito, aunque es lógico suponer que una parte notable de homosexuales italianos católicos no se manifestaran para no agudizar sus propias contradicciones internas porque, como propone Escrivá de Balaguer en Camino, la Cruz, con mayúscula, no sólo hay que llevarla sobre el pecho... “la Cruz sobre tus hombros, la Cruz en tu carne, la Cruz en tu inteligencia. Así vivirás por Cristo, con Cristo y en Cristo: y así solamente serás apóstol”, y más adelante el fundador del Opus recuerda a sus vanguardias: “si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios –ellas no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas- habéis de ser espirituales, muy unidos al señor por la oración: habéis de llevar un manto invisible que cubra todos y cada uno de vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar: expiar, expiar y expiar”. Sin que jamás se pronunciara el fundador sobre los homosexuales ni las homosexualas.
Manuel Vázquez Montalbán

Camilo José Cela


La siesta
Los sabios franceses, ingleses y alemanes, también los norteamericanos, están descubriendo la siesta y sus excelencias y virtudes, o sea, que están descubriendo el Mediterráneo, y es probable que a los españoles, a resultas de esas foráneas y mansas lucubraciones, empiece a no darnos vergüenza el proclamar nuestro apego a la vetusta y no del todo bienquista institución.

La siesta es saludable y reconfortadora, ayuda a la digestión y al crecimiento, estimula la serenidad y el amor a la naturaleza y sus deleites, apacigua las iras, enmienda la displasia de la herramienta genitoria y las oscilaciones de la tensión arterial, y da ánimos para insistir en la lucha por la vida con renovados y aun casi virginales arrestos.

Hace ya algún tiempo llamé a la siesta el yoga ibérico y la cosa tuvo cierta buena acogida porque lo repitieron y glosaron determinados escritores costumbristas: el barómetro de los usos de cada país son los escritores costumbristas.
Los extranjeros, poco a poco, nos van enseñando a los españoles lo que ya sabemos y no admitimos hasta que nos lo explican, a ser posible en inglés. Con la dieta mediterránea y la cocina del aceite de oliva y las judías con chorizo pasó lo mismo y ahora hasta nos sienta bien lo que antes nos indigestaba. Yo daría cualquier cosa porque los españoles borrásemos de nuestras cabezas la hortera veneración que no pocos sienten, o sentimos, por lo que nos regalan, nos susurran o nos ordenan los pardillos de esos mundos de Dios. Lo propio no tiene por qué ceder a lo ajeno mientras no se nos demuestre que es mejor.


Camilo José Cela

Fernando Savater. Ética para Amador.



DATE LA BUENA VIDA

(…) Las cosas pueden ser bonitas y útiles, los animales (por lo menos algunos) resultan simpáticos, pero los hombres lo que queremos ser es humanos, no herramientas ni bichos. Y queremos también ser tratados como humanos, porque eso de la humanidad depende en buena medida de que los unos hacemos con los otros. Me explico: el melocotón nace melocotón, el leopardo viene ya al mundo como leopardo, pero el hombre no nace ya hombre del todo ni nunca llega a serlo si los demás no le ayudan. ¿Por qué? Porque el hombre no es solamente una realidad natural (como los melocotones o los leopardos), sino también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base de toda cultura (…): el lenguaje. El mundo en el que vivimos los humanos es un mundo lingüístico, una realidad de símbolos y leyes sin la cual no sólo seríamos incapaces de comunicarnos entre nosotros sino también de captar la significación de lo que nos rodea. Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo (como podría aprender a comer por sí solo o a mear —con perdón— por sí solo), porque el lenguaje no es una función natural y biológica del hombre (aunque tenga su base en nuestra condición biológica, claro está), sino una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.
Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es sólo un primer paso, desde luego, porque la cultura dentro de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros. Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Por eso las chicas se quejan de que se las trate como mujeres «objeto», es decir simples adornos o herramientas; y por eso cuando insultamos a alguien le llamamos «¡animal!», como advirtiéndole que está rompiendo el trato debido entre hombres y que como siga así podemos pagarle con la misma moneda. Lo más importante de todo esto me parece lo siguiente: que la humanización (es decir, lo que nos convierte en humanos, en lo que queremos ser) es un proceso recíproco (como el propio lenguaje, si te das cuenta). Para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena vida. Piénsalo un poco, por favor.
Más adelante seguiremos con esta cuestión. Ahora para concluir este capítulo de modo más relajado, te propongo que nos vayamos al cine. Podemos ver, si quieres, una hermosísima película dirigida e interpretada por Orson Welles: Ciudadano Kane. (…) Kane es un multimillonario que con pocos escrúpulos ha reunido en su palacio (…) una enorme colección de todas las cosas hermosas y caras del mundo. Tiene de todo, sin duda, y a todos los que le rodean les utiliza para sus fines, como simples instrumentos de su ambición. Al final de su vida, pasea solo por los salones de su mansión, llenos de espejos que le devuelven mil veces su propia imagen de solitario: sólo su imagen le hace compañía. Al fin muere, murmurando una palabra: «¡Rosebud!» Un periodista intenta adivinar el significado de este último gemido, pero no lo logra. En realidad, «Rosebud» es el nombre escrito en un trineo con el que Kane jugaba cuando niño, en la época en que aún vivía rodeado de afecto y devolviendo afecto a quienes le rodeaban. Todas sus riquezas y todo el poder acumulado sobre los otros no habían podido comprarle nada mejor que aquel recuerdo infantil. Ese trineo, símbolo de dulces relaciones humanas, era en verdad lo que Kane quería, la buena vida que había sacrificado para conseguir millones de cosas que en realidad no le servían para nada. Y sin embargo la mayoría le envidiaba... Venga, vámonos al cine: mañana seguiremos.

Fernando Savater. Ética para Amador, capítulo IV

Juan Cruz


Silencios
Hubo un poeta que iba al Café Gijón y allí permaneció callado veinte años. Cuando los demás creían imposible descifrar la naturaleza filosófica de ese silencio, entró en el famoso bar madrileño una señorita bellísima, ante cuya presencia el taciturno personaje se levantó de la silla, se le acercó y le gritó, en medio de la concurrencia: “¡Está usted cojonuda!”. El silencioso escondía detrás de su disfraz de pensador la caracterología de un imbécil.
Otro habitual del mismo Café Gijón era el cantante y folclorista argentino Atahualpa Yupanqui, cuyo aspecto venerable de indio apesadumbrado y pensativo creó a su alrededor la atmósfera que se siente cuando se tiene cerca la más honda sabiduría. Los demás hablaban en su torno, y a lo largo de los años él mantuvo intacto ese fantasma que se queda en la cara cuando uno no habla por mucho tiempo: la calidad del silencio. Hasta que alguien, alguna vez, narró la historia pendenciera de alguno de los tertulianos de entonces, los demás se consternaron o celebraron el lance, y cuando ya se hizo el silencio total sobre lo sucedido, todos vieron que el silencioso rompía a hablar. Lo hizo para decir esto: “El que la hace, la paga”. Los otros entendieron que el silencio también atesora, además de sabiduría, algunos sabios lugares comunes.
Una vez, el escritor argentino Jorge Luis Borges, que no paraba de hablar, incluso en islandés, fue a ver a Juan José Arreola, que le ganaba por mucho trecho en el uso de la legua propia; después de la larga estancia junto a su colega mexicano, le preguntaron a Borges qué tal había ido la conversación, y el autor de El aleph respondió: “Muy bien, he podido introducir algunos sabios silencios”. Acaso sabio es el mejor adjetivo que le han puesto al silencio, pues generalmente el silencio es sepulcral u ominoso, o se acompaña del ruido de una claqueta: “¡Silencio, se rueda!”; el poeta Francisco Brines dice que también existe el silencio celestial, pero ése es tan eterno que no se puede medir.
El silencio es una pesada carga en la que nos empeñamos en ver el peso de la inteligencia, cuando a veces sólo transparenta un humo que se evapora en contacto con el aire y que a veces se resuelve en una frase así, “¡Usted está cojonuda!”, porque también es normal que quien ande callado sea porque nada tiene que decir.

Juan Cruz El País, 2/10/02
http://blogs.elpais.com/juan_cruz/

Rosa Montero. La luz



La luz

Hace algunos días tuve que acompañar a un familiar al servicio de urgencias de un hospital. La sala de espera se encontraba llena y las horas pasaban en esa enredada mezcla de aguda tensión e inmenso aburrimiento que suele imperar en estos lugares. Frente a mí, al otro lado de la sala, estaban los baños. Consistían en un pasillo recto y largo que acababa en la zona de lavabos. Al fondo, a la izquierda, se abrían las dos puertas de los urinarios de hombres y mujeres. El conjunto carecía de ventanas y no tenía otra iluminación que la de la luz eléctrica. Me entretuve mirando entrar y salir a la gente de allí (es increíble con lo que se puede un llegar a entretener en un ataque de tedio), y en un momento dado vi a una pareja como de veinte años, con un discreto aspecto de progres tardo-hippies. La muchacha entró y él esperó fuera. Al ratito la vi salir del retrete de mujeres y apagar la luz. Luego apagó la zona de los lavabos, y a continuación el retrete de hombres. Por último apagó también la luz del pasillo, y después se reunió con su amigo y se marchó, increíblemente ufana de su buena acción ecologista. Los baños, a todo esto, se habían convertido en una caverna tenebrosa. Llegó un hombre y se detuvo en el lóbrego umbral, dubitativo; luego debió de imponerse la necesidad y se introdujo a tientas por el pasillo, desapareciendo entre las sombras. Al cabo de un tiempo considerable se encendió una luz al fondo: había conseguido atinar con el interruptor del servicio de caballeros. Entonces llegó una renqueante septuagenaria apoyada en una muleta y también se detuvo ante el oscuro túnel, obviamente insegura y amedrentada. Recordé a la muchacha, tan complacida de sí misma. Recordé la mirada de puritano desdén que nos había dedicado a los demás, a todos los irresponsables de la sala de urgencias que derrochábamos electricidad, personas enfermas, asustadas, accidentadas, frágiles. Personas doloridas en las que ella no pensó. Y me dije que en eso consistía el fundamentalismo: en adherirte a ideas quizá buenas, quizá nobles, de una manera tan dogmática y antihumana que terminas por convertirlas en aberrantes. No te puedes solidarizar grandiosamente con el planeta Tierra si antes no eres capaz de solidarizarte con la septuagenaria.

Rosa Montero, El país. 20/05/2003
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/montero/home.htm

Juan José Millás


Lepisma

Hay un insecto microscópico, el lepisma, también llamado por su aspecto pececillo de plata, que vive en los libros igual que un delfín en las profundidades del océano, surcando las páginas como si fueran láminas de agua sucesivas. Puede alojarse indistintamente en un volumen de Kafka o Flaubert, de Melville o Poe, sin que el grado de salinidad de escrituras tan diferentes afecte a su organismo. El lepisma navega, pues, en el interior de la masa de papel recorriendo títulos, textos y texturas, aunque lo normal es que si nace en Moby Dick muera en esta novela sin cruzarse jamás, curiosamente, con la ballena blanca, su pariente lejano.

El lepisma ignora también la existencia del lector, tampoco nosotros nos damos cuenta de que junto al argumento imaginario que forman las palabras, en cada hoja está sucediendo un drama real protagonizado por una familia de pececillos de plata que se alimentan de las comas de nuestros textos preferidos. Nos acompañan en la travesía lectora como los delfines a los navegantes, saltando fuera de la página y zambulléndose en ella a través de un adverbio, que atraviesan sin romperlo ni machacarlo.

Cuánta gente vive de la literatura, pues. Es increíble. Estos lectores sin alfabetizar que se alimentan paradójicamente de nuestras publicaciones son los más ingenuos sin duda, pero conviene tenerlos en cuenta. Quizá el universo no sea más que un gigantesco libro que alguien lee con pasión mientras nosotros, sus lepismas, navegamos por él pese a ignorar su sintaxis. A ese lector gigante le dedico este artículo con el ruego de que, cuando se canse de leer, cierre el libro sin violencia, para no hacernos daño.


Juan José Millás
El País

http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/

Juan José Millás

Volver al barro
Andaba yo recorriendo la prensa de norte a sur, con un bastón imaginario que uso para hurgar en sus partes blandas, cuando di con una noticia pequeña que, sin embargo, brillaba como una perla negra. Era una perla negra: decía que los niños de Brasil, esos que viven en las alcantarillas y que salen por la noche para comer de los cubos de la basura, se drogaban con lodo. Como suena. Han descubierto que inyectándose lodo en las venas consiguen un viaje parecido al que se obtiene con el "crack", aunque mucho más económico. El lodo está por los suelos, no hay más que agacharse y cogerlo; los "meninos de rua" brasileños ni siquiera se tienen que agachar: viven de rodillas, sus cuerpos conocen las posturas más humillantes, pero también más eficaces, para evitar los bastonazos de los cazadores de niños. Allí lo del hombre del saco no es mentira; allí no es mentira ningún cuento por brutal que parezca: todas las crueldades populares que leemos a nuestros niños en estas latitudes, para que recojan su carga simbólica y crezcan mentalmente sanos, allí forman parte de la realidad. En Brasil, y en tantas otras partes de aquel continente, los símbolos están fuera de quicio, de lugar, te los encuentras al doblar la esquina. Y te devoran. Los niños tienen que huir, pues, de esos símbolos que les persiguen y escapar a otras realidades como sea. Hasta ahora entraban en ellas a través del "crack" o inhalando pegamento en una bolsa de plástico. Pero el pegamento es muy caro, y la naturaleza, que a ratos se pone generosa, ha decidido introducir en el lodo propiedades alucinógenas para que los niños se olviden, aunque sea por un momento, del hombre del saco y del lobo y de los gigantes que se comen a los niños, que allí, ya digo, viven fuera de los cuentos. Y se olvidan metiéndose barro dentro de las venas; los niños de la calle, en Brasil, tienen el corazón de barro, como Adán antes del soplo divino. Han regresado a los orígenes; ahora sólo les falta que aparezca un verdadero Dios y que les sople de verdad para traerlos a una vida verdadera.
Juan José Millás. Articuentos.

Juan José Millás


LEER

Estoy leyendo un libro mal encuadernado en el que las últimas palabras de cada línea se pierden en las profundidades del lomo, de manera que para acceder a ellas hay que desviscerar el volumen. Al principio, pensé en devolverlo, pero me he aficionado a hurgar en él como en las interioridades de un centollo. Las palabras rescatadas a los entresijos saben mejor que las que están a simple vista. Parece mentira que hayan inventado un libro electrónico, que por lo visto imita la textura del papel, y no hayan descubierto un libro que se pueda chupar, como la cabeza de una gamba, para extraerle la masa encefálica. De momento, si encuentra usted un volumen mal encuadernado, lléveselo a casa, arránquele los sesos sin escrúpulos y no dude en metérselos en la boca.
A veces, para acordarnos de que las palabras tienen sabor, conviene poner dificultades entre ellas y nosotros. O leer en un idioma extranjero. Un día, volando en una línea aérea alemana, me puse a hojear la revista de a bordo y lo entendí todo hasta que caí en la cuenta de que no sabía alemán. Ahora que tanta gente se va a estudiar inglés a Londres, hay que reivindicar el don de lenguas, que consiste justamente en disfrutar de los idiomas con la boca. Si te relajas y no piensas tanto en el significado de las frases como en su sabor, lo comprendes todo sin necesidad de estudiar. Cuando las palabras sean un bien escaso, como el caviar, recuperaremos el asombro de tragárnoslas y de volverlas a la boca, como los rumiantes, para masticarlas por segunda vez. El problema es que comemos palabras a todas horas, todos los días del año.
Los monjes de clausura, que sólo pueden hablar a determinadas horas, usan el alfabeto con avaricia. Cuando los vocablos son caros, se utilizan con más gusto, porque se añora su sabor. Ese niño que balbucea sus primeras palabras asombra a toda la familia, porque en él el vocabulario es todavía una rareza. Quizá usted no haya tenido ningún niño, pero si tiene la suerte de tropezar con un libro mal cosido, cuyas palabras sea necesario extraer de sus vísceras con la perversidad con que arrebatamos las huevas al salmón, tal vez adquiera o recupere el placer de leer este verano.
Enhorabuena.
Juan José Millás
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/

lunes, 1 de marzo de 2010

Aforismos de Antonio Machado



Antonio Machado es uno de los poetas más importantes de la literatura española pero no sólo se dedicó a la poesía donde destacó con diversos libros (tal vez el más conocido sea Campos de Castilla) y que en cierto modo representa la unión entre la generación del 98 y la del 27 como lo demuestran los versos dedicados a Lorca tras su muerte

Muerto cayó Federico

-sangre en la frente y plomo en las entrañas-

… Que fue en Granada el crimen

sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada.


Además, Machado escribió obras de carácter ensayístico como Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín de la cual hemos estudiado algunos aforismos en clase.


Aprendió tantas cosas –escribía mi maestro, a la muerte de un su amigo erudito–, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas.

*

No olvidéis que es tan fácil quitarle a un maestro la batuta, como difícil dirigir con ella la quinta sinfonía de Beethoven.

*

También quiero recordaros algo que saben muy bien los niños pequeñitos y olvidamos los hombres con demasiada frecuencia: que es más difícil andar en dos pies que caer en cuatro.

*

Decía mi maestro que deseaba morir sin llamar la atención de nadie; que su muerte pasase completamente inadvertida. Un mutis bien hecho –añadía aquel buen farsante– no debe hacerse aplaudir.

*

Aprende a dudar, hijo, y acabarás dudando de tu propia duda. De este modo premia Dios al escéptico y confunde al creyente.

*

Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los dos beligerantes, como si ambos [9] comulgasen en las mismas razones y hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro.

*

¿Un arte proletario? Para mí no hay problema. Todo arte verdadero será arte proletario. Quiero decir que todo artista trabaja siempre para la prole de Adán. Lo difícil sería crear un arte para señoritos, que no ha existido jamás.


*

Fugit irreparabile tempus. He aquí un latín que siempre me ha preocupado hondamente. Pero mucho más este dicho español: dar tiempo al tiempo. Meditad sobre lo que esto puede querer decir.

*

Sólo en el silencio, que es, como decía mi maestro, el aspecto sonoro de la nada, puede el poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor, descubridor de un mundo de armonías. Por eso el poeta huye de todo guirigay y aborrece esas máquinas parlantes con que se pretende embargarnos el poco silencio de que aún pudiéramos disponer.


Escoge alguno de los aforismos y coméntalo. No olvides copiarlo y explicarlo, aprovecha también para dar tu opinión.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Cadalso y las Cartas Andorranas

Pincha en la imagen para verla bien.

Uno de los recursos utilizados por el género ensayístico para poder analizar y criticar la realidad del país ha sido adoptar un distanciamiento retórico que permitiera una total libertad para juzgar cuestiones que pueden herir susceptibilidades.
Para hacerlo, Cadalso, imitando a Montesquieu, adopta el rol (ficticio) de un extranjero que visita el país y comenta cualquier aspecto con esa mirada distanciada, libre de prejuicios o intereses y por lo tanto, mucho más crítica.

Profundiza sobre el sentido de la obra de Cadalso, lee el ejemplo que hay en el dossier u otros que encontrarás en el siguiente enlace:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01471731988025951976602/index.htm
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01471731988025951976602/p0000001.htm#I_1_

Toma esta carta como ejemplo, si quieres.

Carta XXIV

De Gazel a Ben-Beley

Uno de los motivos de la decadencia de las artes de España es, sin duda, la repugnancia que tiene todo hijo a seguir la carrera de sus padres. En Londres, por ejemplo, hay tienda de zapatero que ha ido pasando de padres a hijos por cinco o seis generaciones, aumentándose el caudal de cada poseedor sobre el que dejó su padre, hasta tener casas de campo y haciendas considerables en las provincias, gobernados estos estados por el mismo desde el banquillo en que preside a los mozos de zapatería en la capital. Pero en este país cada padre quiere colocar a su hijo más alto, y si no, el hijo tiene buen cuidado de dejar a su padre más abajo; con cuyo método ninguna familia se fija en gremio alguno determinado de los que contribuyen al bien de la república por la industria y comercio o labranza, procurando todos con increíble anhelo colocarse por éste o por el otro medio en la clase de los nobles, menoscabando a la república en lo que producirían si trabajaran. Si se redujese siquiera su ambición de ennoblecerse al deseo de descansar y vivir felices, tendría alguna excusa moral este defecto político; pero suelen trabajar más después de ennoblecidos.

En la misma posada en que vivo se halla un caballero que acaba de llegar de Indias con un caudal considerable. Inferiría cualquiera racional que, conseguido ya el dinero, medio para todos los descansos del mundo, no pensaría el indiano más que en gozar de lo que fue a adquirir por varios modos a muchos millares de leguas. Pues no, amigo. Me ha comunicado su plan de operaciones para toda su vida aunque cumpla doscientos años. «Ahora me voy -me dijo- a pretender un hábito; luego, un título de Castilla; después, un empleo en la corte; con esto buscaré una boda ventajosa para mi hija; pondré un hijo en tal parte, otro en cual parte; casaré una hija con un marqués, otra con un conde. Luego pondré pleito a un primo mío sobre cuatro casas que se están cayendo en Vizcaya; después otro a un tío segundo sobre un dinero que dejó un primo segundo de mi abuelo». Interrumpí su serie de proyectos, diciéndole: «Caballero, si es verdad que os halláis con seiscientos mil pesos duros en oro o plata, tenéis ya cincuenta años cumplidos y una salud algo dañada por los viajes y trabajos, ¿no sería más prudente consejo el escoger la provincia más saludable del mundo, estableceros en ella, buscar todas las comodidades de la vida, pasar con descanso lo que os queda de ella, amparar a los parientes pobres, hacer bien a vuestros vecinos y esperar con tranquilidad el fin de vuestros días sin acarreárosla con tantos proyectos, todos de ambición y codicia?». «No, señor -me respondió con furia-; como yo lo he ganado, que lo ganen otros. Sobresalir entre los ricos, aprovecharme de la miseria de alguna familia pobre para ingerirme en ella, y hacer casa son los tres objetos que debe llevar un hombre como yo». Y en esto se salió a hablar con una cuadrilla de escribanos, procuradores, agentes y otros, que le saludaron con el tratamiento que las pragmáticas señalan para los Grandes del reino; lisonjas que, naturalmente, acabarán con lo que fue el fruto de sus viajes y fatigas, y que eran cimiento de su esperanza y necedad.

Redacta una carta andorrana. Mira la realidad que te rodea como si fueras un recién llegado, alguien con curiosidad y la inquietud de comprender cómo vivimos en Andorra. Pero a la vez, alguien capaz de mirar con cierta distancia nuestras costumbres, aspectos de nuestra sociedad a los que estamos tan acostumbrados pero de los que, inmersos en nuestros quehaceres cotidianos, perdemos nuestra capacidad crítica. Si quieres puedes echarle un vistazo al libro de Àlvar Valls, Andorra entre l'anacronisme i la modernitat, que analiza la realidad de nuestro país como si fuera alguien que contemple el Principat por primera vez.

Presenta tu Carta Andorrana y en cuanto esté revisada y corregida, compártela con los demás publicándola en el blog (extensión máxima de los textos 1 página).



Larra. Vuelva usted mañana.


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Repasa el fragmento de Vuelva usted mañana que tienes a continuación.

Señor mío- exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas. Un extranjero- seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted- concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer.

Además de reflexionar sobre la eficiencia de la burocracia y la idiosincrasia española que se promueve en el texto de Larra (completo en el dossier de ensayo), redacta un texto acerca de la reflexión que se suscita en el fragmento escogido. Preséntalo y en cuanto esté revisado y corregido, compártelo con los demás publicándolo en el blog máxima de 1 página. Orientaciones: ¿Qué te parece la actitud del funcionario del fragmento? ¿Qué aportan a un país la llegada de extranjeros? ¿La situación en la actualidad es igual que la que describe Larra cuando comenta que se instalen extranjeros es positivo para el país de acogida? ¿Cómo lo valoras en el caso de Andorra?

Toros. Jovellanos

Pincha en la imagen para verla bien.



Lee el texto de Gaspar Melchor de Jovellanos que encontrarás en el dossier bajo el título de Toros. En clase pondremos en común el comentario de este texto que pertenece a su obra Memoria para el arreglo de los espectáculos y diversiones públicas, y su origen en España (1796) y trabajaremos sobre el autor y su época pero deberías buscar algo de información sobre el autor y el tema, navegar en busca de imágenes, noticias, colectivos y polémicas actuales sobre la discusión acerca de los toros.

Actividad final: Cuando te hayas formado una opinión sobre la cuestión que lleva discutiéndose desde hace tanto tiempo, escríbela, preséntala y en cuanto esté revisada y corregida, compártela con los demás publicándola en el blog (extensión máxima de los textos 1 página).
Orientaciones: ¿Qué opinión te merecen las corridas de toros y por qué? ¿Qué les dirías a quienes no comparten tu opinión? ¿Cómo podría llegarse a un acuerdo? ¿Cómo avaluar las consecuencias de cualquier decisión? ¿Cómo solucionar este problema?

martes, 2 de febrero de 2010

Cortázar. Casa Tomada




El relato Casa Tomada, de Júlio Cortázar, pertenece al libro Bestiario, y es uno de los relatos más famosos del escritor argentino.

En el siguiente vídeo, Cortázar habla entre otras cosas de su extraordinaria visión de lo real y lo fantástico para revelarnos que lo fantástico puede ser igual de real que la mayoría de las cosas que aceptamos sin protestar. En el mismo vídeo, pasan a hablar del libro Bestiario y del relato Casa Tomada. No tiene desperdicio.


Lee el relato Casa Tomada.

Ahora te animo a que busques por internet alguno de los múltiples vídeos sobre el relato (es mucho mejor leer primero el cuento)
Si quieres empieza por éste:



No olvides dejar un comentario o recomendación para compartir con los demás.
1.- ¿Qué te parece la opinión de Cortázar sobre la realidad y lo fantástico?
2.- Fíjate en los comentarios del autor sobre su propia obra: qué te parece su actitud? ¿Crees que nos da a los lectores licencia para interpretar libremente cualquier texto? ¿Qué te parece esa idea?
3.- ¿Cuál de los vídeos te ha gustado más? ¿Por qué?

miércoles, 27 de enero de 2010

Decálogo del perfecto cuentista. De Horacio Quiroga



I
Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
II
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.
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Cortázar. Graffiti






Graffiti.
A Antoni Tàpies

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.
Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.
Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.
Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.
Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garage, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.
Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la llevaran.
Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.
Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto.
Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.
Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.

Júlio Cortázar


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jueves, 21 de enero de 2010

Revista Mercurio




Entra en el siguiente enlace y descárgate gratis el num. 116 de la revista Mercurio con la cual trabajaremos en clase. Si quieres, puedes empezar a leer la entrevista a Quim Monzó, el artículo sobre Chéjov (página 19) o el artículo "David y Goliath" de la última página.

viernes, 8 de enero de 2010

Ojos Verdes

«Que parecen sus pupilas húmedas, verdes e inquietas, tempranas hojas de almendro que al soplo del aire tiemblan.» Gustavo Adolfo Bécquer. Rima XII

Abre este enlace http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras?portal=179&Ref=20168&audio=0 y podrás oir la lectura de Los Ojos Verdes.

Tú también debes leer el relato.

Los ojos verdes

Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma. Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día.
I -Herido va el ciervo... herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... en cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero. ¡por San Saturio, patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y hundidle a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente de los álamos; y si la salva antes de morir podemos darle por perdido? Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, caballos y perros se dirigió al punto que Íñigo, el montero mayor de los marqueses de Almenar, señalara como el más a propósito para cortarle el paso a la res. Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo rápido como una saeta, las había salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que conducía a la fuente. -¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! -gritó Íñígo entonces-; estaba de Dios que había de marcharse. Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los lebreles dejaron refunfuñando la pista a la voz de los cazadores. En aquel momento se reunía a la comitiva el héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar. -¿Qué haces? -exclamó dirigiéndose a su montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? ¡Ves que la pieza está herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del bosque! ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para festines de lobos? -Señor -murmuró Íñigo entre dientes-, es imposible pasar de este punto. -¡Imposible! ¿Y por qué? -Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente de los Álamos; la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente, paga caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes; ¿cómo la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Pieza que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida. -¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?... Aún se distingue a intervalos desde aquí... las piernas le faltan, su carrera se acorta; déjame... déjame... suelta esa brida o te revuelco en el polvo... ¿Quién sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus!, ¡Relámpago!, ¡sus, caballo mío!, si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi joyel en tu serreta de oro. Caballo y jinete partieron como un huracán. Íñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como él, permanecían inmóviles y consternados. El montero exclamó al final: -Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir entre los pies de su caballo por detenerle. Yo he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el montero con su ballesta; de aquí adelante, que pruebe a pasar el capellán con su hisopo. II -Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío; ¿qué os sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la fuente de los Álamos en pos de la res herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que más os quieren? Mientras Íñigo hablaba Fernando, absorto en sus ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con el cuchillo de monte. Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven exclamó dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera escuchado una sola de sus palabras: Íñigo, tú que eres viejo; tú que conoces todas las guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado por acaso una mujer que vive entre sus rocas? -¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de hito en hito. -Sí -dijo el joven-; es una cosa extraña lo que me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero no es ya posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el misterio que envuelve a esa criatura, que al parecer sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede darme razón de ella. El montero, sin desplegar los labios, arrastró su banquillo hasta colocarle junto al escaño de su señor, del que no apartaba un punto los espantados ojos. Éste, después de coordinar sus ideas prosiguió así: -Desde el día en que a pesar de tus funestas predicciones llegué a la fuente de los Álamos, y atravesando sus aguas recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del deseo de la soledad. Tú no conoces aquel sitio. Mira, la fuente brota escondida en el seno de una peña, y cae resbalándose gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas que al desprenderse brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen entre los céspedes, y susurrando, con un ruido semejante al de las abejas que zumban en torno de las flores, se alejan por entre las arenas, y forman un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan sobre sí mismas, y saltan, y huyen, y corren, unas veces con risa, otras con suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor cuando me he sentado sólo y febril sobre el peñasco, a cuyos pies saltan las aguas de la fuente misteriosa para estancarse en una balsa profunda, cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde. Todo es allí grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua, parecen que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre. Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que salté sobre ella con mi Relámpago, creí haber visto brillar en su fondo una cosa extraña... muy extraña...; los ojos de una mujer. Tal vez sería un rayo de sol que serpeó fugitivo entre su espuma; tal vez una de esas flores que flotan entre las algas de su seno, y cuyos cálices parecen esmeraldas... no sé: yo creí ver una mirada que se clavó en la mía; una mirada que encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de encontrar una persona con unos ojos como aquellos. En su busca fui un día y otro a aquel sitio. Por último, una tarde... yo me creí juguete de un sueño...; pero no, es verdad; la he hablado ya muchas veces, como te hablo a ti ahora...; una tarde encontré sentada en mi puesto, y vestida con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas que yo había visto... sí; porque los ojos de aquella mujer eran los que yo tenía clavados en la mente; unos ojos de un color imposible; unos ojos... -¡Verdes! -exclamó Íñigo con un acento de profundo terror e incorporándose de un salto en su asiento. Fernando le miró a su vez como asombrado de que concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y de alegría: -¿La conoces? -¡Oh no! -dijo el montero.- ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar hasta esos lugares, me dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus aguas, tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro, por lo que más améis en la tierra, a no volver a la fuente de los Álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza, y expiaréis muriendo el delito de haber encenagado sus ondas. -¡Por lo que más amo!... -murmuró el joven con una triste sonrisa. -Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el cielo destina para vuestra esposa, por las de un servidor que os ha visto nacer. -¿Sabes tú lo que más amo en este mundo? ¿Sabes tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la vida, y todo el cariño que puedan atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Cómo podré yo dejar de buscarlos! Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima que temblaba en los párpados de Íñigo se resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío: -¡Cúmplase la voluntad del cielo! III -¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a estos lugares, ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una noche, profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo siempre. El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen. Sobre una de estas rocas, sobre una que parecía próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se retrataba temblando, el primogénito de Almenar, de rodillas a los pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el secreto de su existencia. Ella era hermosa, hermosa y pálida, como una estatua de alabastro. Uno de sus rizos caía sobre sus hombros, deslizándose entre los pliegues del velo, como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus pupilas, como dos esmeraldas sujetas en una joya de oro. Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron como para pronunciar algunas palabras; pero sólo exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda que empuja una brisa al morir entre los juncos. -¡No me respondes! -exclamó Fernando, al ver burlada su esperanza-; ¿querrás que dé crédito a lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!... Háblame; yo quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer... -O un demonio... ¿Y si lo fuese? El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebató de amor: -Si lo fueses... te amaría... te amaría, como te amo ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay algo más allá de ella. -Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-: yo te amo más aún que tú me amas; yo que desciendo hasta un mortal, siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas; incorpórea como ellas, fugaz y transparente, hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes le premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi cariño extraño y misterioso. Mientras ella hablaba así, el joven, absorto en la contemplación de su fantástica hermosura, atraído como por una fuente desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La mujer de los ojos verdes prosiguió así: -¿Ves, ves el límpido fondo de ese lago, ves esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de esmeraldas y corales... y yo... yo te daré una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus horas de delirio, y que no puede ofrecerte nadie... Ven, la niebla del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de lino... las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles, el viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven... ven... La noche comenzaba a extender sus sombras, la luna rielaba en la superficie del lago, la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven... ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso... un beso... Fernando dio un paso hacia ella... otro... y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve... y vaciló... y perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre. Las aguas saltaron en chispas de luz, y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas.


Actividades:

1.- Busca información sobre las "Leyendas" de Bécquer, sobre este autor y sobre el romanticismo literario (libro Bitácora e internet)

2.- Busca imágenes que ilustren el movimiento cultural del romanticismo.

3.- Redacta un resumen de esta "Leyenda".

4.- Analiza y describe a los personajes física y psicológicamente mediante sus acciones, a partir de lo que dicen, creen o sienten. Usa el dossier de narrativa para clasificarlos (principales, secundarios, planos, redondos, etc)

5.- Observa y comenta la estructura del relato. Busca otras Leyendas de Bécquer y compara su estructura con "Los ojos verdes".